sábado, 17 de marzo de 2012

Una antigualla de Sevilla

POESÍA POR ENTREGAS
Una antigualla de Sevilla
Duque de Rivas




ROMANCE PRIMERO.

EL CANDIL



Más ha de quinientos años,
en una torcida calle,
Que de Sevilla en el centro,
Da paso a otras principales,

Cerca de la media noche,
Cuando la ciudad más grande
Es de un grande cementerio
En silencio y paz imagen,

De dos desnudas espadas
Que trababan un combate,
Turbó el repentino encuentro
Las tinieblas impalpables.

El crujir de los aceros
Sonó por breves instantes,
Lanzando azules centellas,
Meteoro de desastres.

Y al gemido: ¡Dios me valga!
¡Muerto soy! Y al golpe grave
De un cuerpo que a tierra, vino,
El silencio y paz renacen.

* * *

Al punto una ventanilla
De un pobre casuco abren,
Y de tendones y huesos,
Sin jugo, como sin carne,

Una mano y brazo asoman,
Que sostienen por el aire
Un candil, cuyas destellos
Dan luz súbita a la calle.

En pos un rostro aparece
De gomia o bruja espantable,
A que otra marchita mano
O cubre o da sombra en parte.

Ser dijérase la muerte
Que salía a apoderarse
De aquella víctima humana
Que acababan de inmolarle,

O de la, eterna justicia,
De cuyas miradas nadie
Consigue ocultar un crimen,
El testigo formidable,

Pues a la llama mezquina,
Con el ambiente ondeante,
Que dando luz roja al muro
Dibujaba desiguales

Los tejados y azoteas
Sobre el obscuro celaje,
Dando fantásticas formas
A esquinas y bocacalles,

Se vió en medio del arroyo,
Cubierto de lodo y sangre,
El negro bulto tendido
De un traspasado cadáver.

Y de pie a su frente un hombre,
Vestido negro ropaje,
Con una espada en la mano,
Roja hasta los gavilanes.

El cual en el mismo punto,
Sorprendido de encontrarse
Bañada de luz, esconde
La faz en su embozo, y parte,

Aunque no como el culpado
Que se fuga por salvarse,
Sino como el que inocente
Mueve tranquilo el pie y grave.



* * *



Al andar, sus choquezuelas
Formaban ruido notable,
Como el que forman los dados
Al confundirse y mezclarse.

Rumor de poca importancia
En la escena lamentable,
Mas de tan mágico efecto,
Y de un influjo tan grande

En la vieja, que asomaba
El rostro y luz a la calle,
Que, cual si oyera el silbido
De venenosa ceraste,

O crujir las negras alas
Del precipitado Arcángel,
Grita en espantoso aullido,
¡Virgen de los reyes, valme!


Suelta el candil, que en las piedras
Se apaga y aceite esparce,
Y cerrando la ventana
De un golpe, que la deshace,

Bajo su mísero lecho
Corre a tientas a ocultarse,
Tan acongojada y yerta,
Que apenas sus pulsos laten,

Por sorda y ciega haber sido
Aquellos breves instantes,
La mitad diera gustosa
De sus días miserables,

Y hubiera dado los días
De amor y dulces afanes
De su juventud, y dado
Las caricias de sus padres,

Los encantos de la cuna,
Y... en fin, hasta lo que nadie
Enajena, la esperanza,
Bien solo de los mortales:

Pues lo que ha visto la abruma,
Y la aterra lo que sabe,
Que hay vistas que son peligros
Y aciertos que muerte valen.







ROMANCE SEGUNDO
EL JUEZ



Las cuatro esferas doradas,
Que ensartadas en un perno,
Obra colosal de moros
Con resaltos y letreros,

De la torre de Sevilla
Eran remate soberbio,
Do el gallardo Giraldillo
Hoy marea el mudable viento

(Esferas que pocos años
Después derrumbó en el suelo
Un terremoto) brillaban
Del sol matutino al fuego,

Cuando en una sala estrecha
Del antiguo Alcázar regio,
Que entonces reedificaban
Tal cual hoy mismo lo vemos,

En un sillón de respaldo
Sentado está el Rey Don Pedro,




Joven de gallardo talle,
Mas de semblante severo.

A reverente distancia,
Una rodilla en el suelo,
Vestido de negra toga,
Blanca barba, albo cabello,

Y con la vara de Alcalde
Rendida. al poder supremo,
Martín Fernández Cerón
Era emblema del respeto.

Y estas palabras de entrambos
Recogió el dorado techo,
Y la tradición guardólas
Para que hoy suenen de nuevo:

R. —«¿Con que en medio de Sevilla
Amaneció un hombre muerto,
Y no venís a decirme
Que está ya el matador preso?»

A. —«Señor, desde antes del alba,
En que el cadáver sangriento
Recogí, varias pesquisas
Inútilmente se han hecho».

R. —«Más pronta justicia,
Alcalde, Ha de haber donde yo reino,
Y a sus vigilantes ojos
Nada ha de estar encubierto».

A. —«Tal vez, señor, los judíos,
Tal vez los moros, sospecho...»
R. —«¿Y os vais tras de las sospechas
Cuando hay un testigo, y bueno?

»¿No me habéis, Alcalde, dicho,
Que un candil se halló en el suelo
Cerca del cadáver?... Basta,
Que el candil os diga el reo».

A. —«Un candil no tiene lengua».
R. —«Pero tiénela su dueño.
Y a moverla se le obliga
Con las cuerdas del tormento.

»Y ¡vive Dios! que esta noche
Ha de estar en aquel puesto
O vuestra cabeza, Alcalde,
O la cabeza del reo».



* * *



El Rey, temblando de ira,
Del sillón se alzó de presto,
Y el juez alzóse de tierra
Temblando también de miedo.

Y haciendo una reverencia,
Y otra después, y otra luego,
Salióse a ahorcar a Sevilla,
Para salvarse, resuelto.

Síguele el Rey con los ojos,
Que estuvieran en su puesto
de un basilisco en la frente,
Según eran de siniestros;

Y de satánica risa,
Dando la expresión al gesto,
Salió detrás del Alcalde
A pasos largos y lentos.

Por el corredor estuvo
En las alcándaras, viendo
Azores y jerifaltes,
Y dándoles agua y cebo.

Y con uno sobre el puño
Salió a dirigir él mesmo
Las obras de aquel palacio,
En que muestra gran empeño.

Y vió poner las portadas
De cincelados maderos,
Y él mismo dictó las letras
Que aun hoy notamos en ellos.

Después habló largo rato,
A solas y con secreto,
A un su privado, Juan Diente,
Diestrísimo ballestero,

Señalándole un retrato,
Busto de piedra mal hecho,
Que con corta semejanza
Labró un peregrino griego.

Fué a Triana, vió las naves
Y marítimos aprestos;
De Santa Ana entró en la iglesia
Y oró brevísimo tiempo;

Comió en la Torre del Oro,




A las tablas jugó luego
Con Martín Gil de Alburquerque;
A caballo dio un paseo.

Y cuando el sol descendía,
Dejando esmaltado el cielo
De rosa, morado y oro,
Con nubes de grana y fuego,

Tornó al Alcázar, vistióse
Sayo pardo, manto negro,
Tomó un birrete sin plumas
Y un estoque de Toledo,

Y bajando a los jardines
Por un postigo secreto,
Do Juan Diente le esperaba
Entre murtas encubierto,

Salió solo, y esto dijo
Con recato al ballestero:
«Antes de la media noche
Todo esté cual dicho tengo».

Cerró el postigo por fuera,
Y en el laberinto ciego
De las calles de Sevilla
Desapareció entre el pueblo.



(SIGUE LA PRÓXIMA SEMANA)

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